Comenzamos este artículo sobre el tratamiento del trastorno de pánico conceptualizandolo, en primer lugar. Este trastorno se caracteriza por la presencia de ataques de pánico imprevistos y recurrentes. De acuerdo con el DSM V, el manual de psicopatología de la Asociación de Psiquiatría Americana, y el más extendido en la actualidad, estos ataques se caracterizan por la aparición repentina de un miedo de un malestar intenso que puede durar minutos, durante los cuales se producen cuatro o más de los siguientes síntomas:
- Palpitaciones, golpeteo del corazón o aceleración de la frecuencia cardiaca.
- Sudoración.
- Temblor o sacudidas.
- Sensación de dificultad para respirar o de asfixia.
- Sensación de ahogo.
- Dolor o molestias en el tórax.
- Náuseas o malestar abdominal.
- Sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo.
- Escalofríos o sensación de calor.
- Parestesias (sensación de entumecimiento o de hormigueo).
- Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (separarse de uno mismo).
- Miedo a perder el control o de “volverse loco.”
- Miedo a morir.
Por otra parte, también de acuerdo con este manual diagnóstico, por lo menos a uno de los ataques le ha seguido un mes en que se ha producido una inquietud o preocupación sobre los ataques y sus consecuencias (de pérdida de control, de miedo a enloquecer o morir) y / o comportamientos destinados a evitar nuevos ataques de pánico, como la evitación de determinadas situaciones.
El trastorno de pánico puede ser con o sin agorafobia. Será con agorafobia En el primero de los casos, la persona que lo padece evita o teme dos o más de las siguientes situaciones: hacer uso del transporte público, permanecer en espacios abiertos, permanecer en espacios cerrados, hacer cola o permanecer en medio de una multitud, o estar fuera de cosa. Es frecuente que detrás de las situaciones mencionadas haya un miedo muy profundo a perder el control en público.
Es frecuente confundir los ataques de pánico con los de ansiedad, pero realmente se trata de fenómenos diferentes, tanto en su sintomatología como en su posible causa. En este sentido, las personas que sufren ataques de pánico, o que desarrollan un trastorno de pánico experimentan un malestar mucho más intenso. Se puede decir que hay un antes y un después de un ataque de pánico. Y que un trastorno de pánico, sea con o sin agorafobia, condiciona y limita enormemente la vida de quien lo sufre, precisamente por el miedo a re experimentar un ataque de pánico.
El DSM es un gran manual diagnóstico en cuanto al detalle con que expone los síntomas de los trastornos, pero desgraciadamente se queda en eso, y no profundiza en sus posibles causas, limitando enormemente su tratamiento. Si sólo tratamos los síntomas, pero no entendemos las causas del trastorno, la persona volverá a desarrollar síntomas más adelante. A lo largo de este artículo detallaré lo que, de acuerdo con mi experiencia clínica me he encontrado, y como los he tratado.
Dado que, como tantos trastornos, el trastorno de pánico, con o sin agorafobia es enormemente limitante de la vida de las personas que lo sufren, lo primero de todo será ofrecer técnicas que ayuden a la estabilización, disminuyendo los síntomas y ayudando a que el paciente deje por un lado de sufrir ataques de pánico, y por otro, deje de evitar las situaciones donde teme volver a experimentar los ataques. Es decir, lo primero será aportar técnicas de relajación que ayuden a que el paciente pueda volver a llevar una vida lo más normal posible.
A nivel neurobiológico, el circuito del pánico comienza en las regiones centrales del cerebro medio o mesencéfalo, llamadas también gris periacueductal, y asciende a través de estructuras diencefálicas medias, más en concreto el tálamo dorsomedial, hasta llegar a las regiones de el prosencéfalo anterior del cingulado anterior.
Desde una perspectiva de la Teoría del Apego, el circuito del pánico se ha activado en un primer momento en la infancia, en las situaciones en que la niña o le niño se ha sentido separado de la madre. La neuroquímica que promueven las situaciones de separación implica la disminución de opiáceos y oxitocina, combinado con un aumento del impulso glutaminérgico.
Desde mi experiencia clínica, es importante también tratar las causas que han llevado a desarrollar este tipo de sintomatología. Esto lo haremos en un segundo momento, sólo cuando la persona esté ya estabilizada y no experimente ataques de pánico. Es importante abordar las causas, porque en última instancia los síntomas de un trastorno psicopatológico son expresión de una forma disfuncional de relacionarse con una situación o más situaciones que nos generan malestar. Si no tratamos el tema de fondo, la sintomatología tarde o temprano se volverá a desarrollar.
En este sentido, las personas que desarrollan este trastorno, en su mayoría viven unas circunstancias que hacen conveniente revisar su relación con sus figuras de apego. Por ejemplo, en el trastorno de pánico con agorafobia a menudo encontramos personas que en última instancia no se pueden separar de sus padres y enfrentar las responsabilidades de la vida adulta. En algunos casos, es frecuente antes de desarrollar un ataque de pánico o un trastorno de pánico, haber experimentado la pérdida de una figura de apego importante (un padre, una madre, un abuelo…) haciendo necesario elaborar el correspondiente duelo.
Desde una perspectiva de la Teoría del Apego, las personas que desarrollan ataques de pánico o trastorno de pánico con o sin agorafobia, presentan también en la mayoría de casos estilos de apego inseguro. En cuanto a la posible comorbilidad de este trastorno con otros, como el trastorno depresivo, el trastorno de estrés postraumático u otros, es una cuestión muy compleja en la que he preferido no entrar en este artículo.
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